Autores: Facundo Mongelós y Diego Petruszynski
Cátedra: Teoría y Técnica del Periodismo Gráfico II
Tema: Artículo de tésis - Relación de los libros A sangre fría (Truman Capote) y Operación Masacre (Rodolfo Walsh) con el Nuevo Periodismo
Consigna: Estilo libre. Título y cuerpo de 85 a 115 líneas.
Presentado: 28-09-2012
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Es
sólo una cuestión de actitud
El
nuevo periodismo no es un género ni un estilo. Es, en todo caso, una
etiqueta, que pretende calificar a todo aquello que no es ni viejo,
ni periodismo. El nuevo periodismo como género no existe,
sencillamente porque las categorizaciones que se hacen de literario
por un lado, noticioso por el otro, en él se diluyen. Es tanto
crónica, como cuento, como diario íntimo, como poesía en prosa. Es
una mixtura de estilos, como la vida misma; es ante todo una actitud
para contar algo.
Cuesta
precisar cuándo surgió, cuándo se manifestó, cuál fue la piedra
fundamental de esta rebelde forma de expresarse a través de las
letras. Cuesta no porque no haya precisiones acerca de las primera
publicación, del primer autor; cuesta precisamente porque no hay
precisiones acerca de qué es el nuevo periodismo.
Más
allá de ello, a la distancia, la pugna que en muchos ámbitos del
periodismo académico se da es entre dos autores, y dos obras, que se
parecen en ciertas concepciones en cuanto al uso de la palabra, pero
que difieren radicalmente en otros. Para los argentinos, y hasta para
muchos hispanoparlantes, Rodolfo Walsh inauguró el pseudogénero del
nuevo periodismo con su serie de crónicas Operación Masacre,
publicada en 1958. Mientras, para los estadounidenses y
angloparlantes (por lo tanto, la versión hegemónica), cita a Truman
Capote con A sangre fría, como la irrupción de la literatura, tan
libre y tan “artística”, en el la trinchera de la lucha diaria
del periodismo.
Vale
decir que las intenciones, en ambos casos, eran distintas, pero los
efectos y las repercusiones de ambas obras fueron similares:
ocasionaron una revolución en las letras de todos los calibres.
Capote,
como periodista, fue quizás uno de los más grandes escritores de la
profesión. En tanto Walsh, a la inversa: como escritor, se
transformó en ícono del periodismo. Pero lo que une a estos dos
hombres de letras es sin dudas la rebeldía, la búsqueda y la
perseverancia de hacer algo distinto, de fugarse por las aristas de
una estructura rígida, de los cánones y por qué no de los cajones
de los géneros literarios y periodísticos del momento: la novela,
la crónica, la noticia, el cuento.
Y
a esa rebeldía, a esa inconsistencia teórica, a ese pragmatismo
puro y libertario, los “expertos” han denominado Nuevo
Periodismo.
Le
pusieron “nuevo”, aunque este término no sea del agrado de
todos. El periodista y escritor -prestigioso en ambos fueros-
estadounidense Tom Wolfe señala en su ensayo El nuevo periodismo
(1973) que “Todo movimiento, grupo, partido, programa, filosofía o
teoría que pretenda ser 'Nuevo' no hace más que pedir guerra”1,
y añade que este pseudogénero “No era un 'movimiento'. Carecía
de manifiestos, clubs, salones, camarillas: ni siquiera disponia de
un café donde se reunieran los fieles, desde el momento en que no
existía credo ni fe”2.
Claro,
es que el nuevo periodismo fue una “etiqueta”, como bien lo
define Wolfe, que se le agregó después a esas rarezas literarias, a
esas incongruencias periodísticas, híbridos de realidad objetiva y
adornos ficcionales que comenzaron a aparecer con mayor frecuencia en
los periódicos a partir de los años '60.
¿Qué
tienen de periodismo? Pues que son noticias. El nuevo periodismo se
basa en hechos reales, en hechos noticiosos, en sucesos que ocurren
de verdad y que pueden salir en los diarios como una crónica, una
nota breve o como un artículo de interpretación. ¿Pero qué tiene
de diferente? Que el nuevo periodismo no se queda en el qué, cómo,
cuándo y dónde, ni mucho más el por qué y el para qué; preguntas
clásicas con las que se vienen construyendo las noticias desde hace
siglos. En el nuevo periodismo el autor toma protagonismo, forma
parte de la historia, actúa e interviene. El “Yo” no es pecado
tácito porque la arrogancia sopesa con la rigurosidad del
compromiso.
Además,
el nuevo periodismo va más allá, ve más allá. Indaga el
subconsciente del personaje, indaga sus gustos, sus aspiraciones, sus
deseos. Pero cómo indagar allí donde la mente de uno no logra
penetrar: la mente del otro. Pues allí es donde entra en juego la
novela, la literatura. No es invento, es intuición puesta en juego y
con firma.
En
todo aquello en lo que el periodismo no logra penetrar, la literatura
aporta “las herramientas” para sumergirse. Con adornos, con
giros, con metáforas y descripciones atrapantes, el nuevo periodismo
al ser leído, deja una sensación de placer y de satisfacción por
lo estético, pero también de incertidumbre: ¿Esto pasa realmente?
Allí
es donde cabe hacer la contextualización: poner al nuevo periodismo
y a los años '60 -fines de los '50- en su lugar. Y ese lugar es el
de la revolución de todo. Desde la moda, la música, las palabras,
los diseños, las interpretaciones, las ideologías, la política,
todo se puso en duda, se cuestionó, se re-evolucionó. En distintas
partes del mundo, con diferentes disparadores.
Vale
señalar que a Capote, la rebeldía la despertó su propio ego y
arrogancia: él creía y estaba convencido de que podía hacer algo
más allá de lo ya hecho. Y vaya si lo hizo. En Walsh, mientras, el
disparador fue la culpa, el “insulto” como lo describe él en los
primeros párrafos de su obra que, en definitiva, fue la
reivindicación política de los sucesos que describió.
Sin
embargo, ninguno de los dos fue nuevo periodismo puro y categórico
como hoy se lo entiende y se pregona. Capote escribió una novela de
no ficción y Walsh una crónica “increíble”.
El
nuevo periodismo pretende ser el híbrido que permite a los
periodistas llamarse escritores, como si por algún momento no lo
hayan sido. Tan enclaustrados estaban los artistas de las letras por
un lado y los trabajadores de las letras por el otro que seguramente
en un momento la discordia se iba a presentar.
Lo
de Capote fue metódico, planificado, sesudamente perfeccionado, no
solo porque Capote era un extravagante sino porque estaba escribiendo
una novela. Una novela extraordinaria, sí, pero que tenía como fin
cambiar el mundo literario. A sangre fría es un manifiesto
artístico, fundacional de una nueva forma no solo de escribir, sino
de comprometerse con la escritura.
Pero
Walsh, mucho antes, había incurrido en esto de “novelar” la
noticia, pero con el fulgor del periodismo. Las crónicas de Walsh,
luego hiladas en un libro, fueron hechas para ser noticia, para
generar cambios, para salir al combate en un mundo injusto, un mundo
real, como lo hace -o debe hacerlo- el periodismo día a día. Y
Walsh le aportó a ese realismo una cuota de adorno, de calidad en la
pluma que dejó picando esa pelotita de la molestia, la incomodidad
en la moral, una cachetada a la indiferencia. Operación Masacre es
un manifiesto político.
Con
este basamento, con esta valentía de hacer lo que otros no hicieron,
la rebeldía discurrió sola, por la literatura y por el periodismo,
dos claustros simplonamente separados. Los periodistas, considerados
hasta entonces literatos inferiores, comenzaron a notar el valor de
la estética, del calor en las palabras. No es lo mismo la crónica
fría de un hecho policial por ejemplo, que la crónica literaria
caliente, comprometida con lo que describe y asegura y comprometida
así con el mundo, con cambiar el mundo.
Por
lo tanto, hablar de nuevo periodismo como un género, como una
categoría o forma literaria, es perder el tiempo. Porque el nuevo
periodismo va más allá de una estructura -es más, es una
desestructura- o de cumplir con ciertos requisitos; es la actitud del
autor frente al papel y su compromiso con el mundo en el que vive, al
que observa y del que es observado.
1-
El nuevo periodismo (1973), Tom Wolfe, por Editorial Anagrama,
Barcelona (1976), traducción de José Luis Guarner. Página 38
2-
Op. Cit.
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